Barbie Free Zone

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Estos días he decapado, pintado, barnizado, cambiado alfombras, vaciado trasteros, instalado radiadores (bueno, eso lo acabo hoy), cambiado cuadros (no creo que a la trabajadora social le encante Miedo y Asco en Las Vegas)… y no ha sido lo más difícil.

¿Pero y las cosas que no se pueden cambiar? ¿Cómo las quito del medio?

Hay quien no está ya en mi vida, y nunca lo volverá a estar. Y quiera o no quiera, esto lo he de pasar sin ellos. Y lo pasaré, sin duda, con la cabeza alta y los ojos cerrados, con alguna lágrima que cae cuando me despisto. C’est la vie. Si por lo menos fuese creyente podría decir que me miran desde arriba, pero no lo soy, así que tengo que contentarme con su ausencia, porque la presencia de los que quedamos da calor, pero no consuela.

Dicen que las trabajadoras sociales no buscan gente que haya tenido una vida fácil y sin pérdidas, porque no sabrían ayudar a los niños a superar la pérdida de sus padres… aunque soy consciente de que podría ser mucho peor, últimamente siento que podría escribir una tesis sobre la pérdida.

Intentaré no caer caer en los cuentos del pequeño saltamontes. Cuando faltó mi abuela yo estaba en Japón. Imposible volver para el funeral, así que mi pequeño funeral particular lo celebré por dentro y a solas. Tenía que ir a entrenar con un señor muy importante de Karate que había venido a Tokyo exclusivamente para entrenarnos y no me encontraba con ganas. Así que le pedí a mi compañero que le informase de mi situación, para evitarme hacer el ridículo en el entrenamiento, esperaba que me dejasen el el fondo y no me hiciesen demasiado caso. Calentamos todos juntos y acto seguido este señor dejó al resto de la clase con un kompai (un mandado) y me llevó al otro lado del dojo. Me empezó a guiar suavemente y a presionarme poco a poco. Mi concentración se me iba y me quería ir, deseé haberme quedado en una cafetería, o bebiendo sake, o en casa, o en cualquier sitio, pero era demasiado tarde para tomar decisiones. Lo tenía ahí delante, gritándome «más», «más lejos», «más fuerte». Al final y por defecto sólo me quedaba la rabia y la frustración, las fui sacando poco a poco hasta que no me quedaba nada más que sacar. Tras caerme un par de veces al suelo (cuando te agotas, son las piernas lo que hace que pares) me llevó a un rincón y me compró una bebida. «Ánimo» -dijo, mientras mirábamos al resto entrenando- «Eres una mujer muy orgullosa». «Gracias, sensei. Hoy no es mi mejor día, lo siento…» yo no quería (¡ni sabía!) hablar. «El orgullo es fuerza ¿sabes? Fuerza para continuar». Si mi japonés me lo hubiese permitido le habría contestado «Ya, antes muerta que sensilla, sensei», pero posiblemente se lo hubiera tomado en serio. Entrenar ese día me parecía una idea terrible, pero acabó siendo un salvavidas. Por cierto, este señor me regaló una camiseta con el Kanji de «Camino» que todavía guardo.

Mi madre no ha tenido una vida fácil, mi abuela (entre otras) se cruzó los Pirineos en invierno, cargando con su hermano y con tacones. Mis bisabuelas tampoco lo tuvieron nada fácil, una de ellas cosía a republicanos en la mesa del comedor, su hija fue apresada y llevada a la cárcel de mujeres de Valencia, pero escapó a Méjico… y podría seguir y seguir… pero creo que la privacidad de los vivos prima en este momento. Baste decir que vivo en un matriarcado, porque en mi familia no criamos barbies.

Sarah Kay: «B»

Si tuviese una hija, en lugar de «Mamá» me va a llamar «Punto B» Porque así sabrá que pase lo que pase, por lo menos siempre podrá encontrar su camino a mí. Y voy a pintarle el sistema solar en las palmas de las manos para que así tenga que aprenderse todo el universo antes de poder decir «Me conozco eso como la palma de mi mano».

Va a aprender que esta vida te va a pegar, fuerte, en la cara, esperar a que te levantes para patearte en el estómago. Pero quedarse sin aire es la única forma de recordarle a tus pulmones cuanto les gusta el sabor del aire. Hay dolores aquí que no pueden ser curados con tiritas ni poesía. Así que la primera vez que se dé cuenta de que Wonder Woman no va a venir a rescatarla, me aseguraré de que sepa que no tiene que llevar la capa ella sola. Porque no importa lo que quieras estirar tus dedos, tus manos siempre serán demasiado pequeñas para coger todo el dolor que quieres curar. Créeme, lo he intentado.

«Y cielo» le diré «no levantes tu nariz al viento así, yo ya me sé ese truco, lo he hecho mil veces: estás buscando el olor a humo para poder seguir el rastro hacia la casa en llamas para encontrar al chico que lo perdió todo en el fuego para ver si puedes salvarlo. O si no, encontrar al chico que prendió la casa para empezar, para ver si lo puedes cambiar» Pero sé que lo hará de todas formas, así que en vez de eso, siempre guardaré provisiones de chocolate y botas de agua cerca. Porque no hay disgusto que el chocolate no pueda curar. Bueno sí, hay unos cuantos disgustos que el chocolate no puede curar. Pero para eso están las botas de agua. Porque la lluvia se lo llevará todo si la dejas.

Quiero que vea el mundo a través de la quilla de un barco de cristal, mirar con lupa las galxias que existen en un punto de la mente humana. Porque así es como mi madre me enseñó. Que habrá días asi, «Habrá días así, dijo mi madre», cuando tus manos se abran para coger y acabes con ampollas y moratones. Cuando salgas de la cabina telefónica e intentes volar y la misma gente que quieres salvar son los que están chafándote la capa. Cuando se te llenen las botas de lluvia y estés hasta las rodillas de desilusión y justo esos son los días en los que tienes más razones para decir «gracias» porque no hay nada más bonito que la forma en la que el océano se niega a dejar de besar la playa sin importarle cuantas veces sea rechazado.

You will put the “wind” in win some lose some, you will put the “star” in starting over and over, y no importa cuántas minas hagan erupción en un minuto, asegúrate de que tu mente aterriza en la belleza de este sitio tan peculiar llamado vida. Y sí, en la escala de uno a confiada, soy bastante naîve, pero quiero que sepa que el mundo está hecho de azúcar. Se puede derrumbar en cuaquier momento, pero no tengas miedo de sacar la lengua y saborearlo. «Cielo», le diré, «recuerda que tu madre es una luchadora y tu padre es un luchador y tú eres la niña con las manos pequeñas y los ojos grandes que nunca para de pedir más».
Recuerda que las cosas buenas vienen de tres en tres, y también las malas. Y siempre pide perdón cuando hagas algo mal, pero ni se te ocurra pedir perdón por la forma en la que tus ojos se niegan a dejar de brillar. Tu voz es pequeña, pero no dejes de cantar y cuando por fin te den desengaño, cuando te pasen odio y guerras por debajo de la puerta, te ofrezcan trípticos en las esquinas, de cinismo y derrotismo, tú les dices que ellos deberían conocer a tu madre»

Sarah Kay. Point B.

Un comentario »

  1. ¡Anda! Pues creo que conocí a tu padre el otro día, cuando vino a ver mi abuela. Qué curioso que te lo contase tu madre… a mí lo que me fascina es lo de los tacones, porque la ruta es dura. Me gustaría hacerla (por placer) alguna vez, pero en verano.

  2. Tienes razón, en esta familia no criamos Barbies y no hay que ser muy observador para darse cuenta quienes tiran de la familia y luchan por conservarla unida. ¡ si es que somos mas xulas…, me rio yo del sexo débil!

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